martes, 30 de junio de 2009

Silvio en el rosedal de Julio Ramón Ribeyro

23:58


El Rosedal era la hacienda más codiciada del valle de Tarma, no por su extensión, pues apenas llegaba a las quinientas hectáreas, sino por su cercanía al pueblo, su feracidad y su hermosura. Los ricos ganaderos tarmeños, que poseían enormes pastizales y sembríos de papas en la alta cordillera, habían soñado siempre con poseer ese pequeño mundo donde, aparte de un lugar de reposo y esparcimiento, podrían hacer un establo modelo, capaz de surtir de leche a todo el vecindario. Pero la fatalidad se encarnizaba en sustraerles estas tierras, pues cuando su propietario, el italiano Carlo Paternoster, decidió venderlas para instalarse en Lima prefirió elegir a un compatriota, don Salvatore Lombardi, quien por añadidura nunca había puesto los pies en la sierra. Lombardi fue además el único postor que pudo pagar en líquido y al contado el precio exigido por Paternoster. Los ganaderos serranos eran mucho más ricos y movían millones al año, pero todo lo tenían invertido en sembríos y animales y metidos como estaban en el mecanismo del crédito bancario, no veían generalmente el fruto de su fortuna más que en la forma abstracta de letras de cambio y derecho de sobregiro. Don Salvatore, en cambio, había trabajado durante cuarenta años en una ferretería limeña, que con el tiempo llegó a ser suya y juntado billete sobre billete un capital apreciable. Su ilusión era regresar algún día a Tirole, en los Alpes italianos, comprarse una granja, demostrar a sus paisanos que había hecho plata en América y morir en su tierra natal respetado por los lugareños y sobre todo envidiado por su primo Luigi Cellini, que de niño le había roto la nariz de una trompada y quitado una novia, pero nunca salió del paisaje alpino ni tuvo más de diez vacas. Por desgracia los tiempos no estaban como para regresar a Europa, donde acababa de estallar la segunda guerra mundial. Aparte de ello don Salvatore contrajo una afección pulmonar. Su médico le aconsejó entonces que vendiera la ferretería y buscara un lugar apacible y de buen clima donde pasar el resto de sus días. Por amigos comunes se enteró que Paternoster vendía El Rosedal y renunciando al retorno a Tirole se instaló en el fundo tarmeño, dejando a su hijo en Lima encargado de liquidar sus negocios. La verdad es que por El Rosedal pasó como una nube veraniega pues, a los tres meses de estar allí, cuando había emprendido la refacción de la casa-hacienda, comprado un centenar de vacas y traído de Lima muebles y hasta una máquina para fabricar tallarines, murió atragantado por una pepa de durazno. Fue así como Silvio, su único heredero, quedó como propietario exclusivo de El Rosedal. * A Silvio le cayó esta propiedad como un elefante desde un quinto piso. No solo carecía de toda disposición para administrar una hacienda lechera o administrar cualquier cosa, sino que la idea de enterrarse en una provincia le puso la carne de gallina. Todo lo que él había deseado de niño era tocar el violín como un virtuoso y pasearse por el jirón de la Unión con sombrero y chaleco a cuadros, como había visto a algunos elegantes limeños. Pero don Salvatore lo había sacrificado por su maldita idea de regresar a Tirole y vengarse de su primo Luigi Cellini. Tiránico y avaro, lo metió a la tienda antes de que terminara el colegio, justo cuando murió su madre, y lo mantuvo tras el mostrador como cualquier empleado, pero a propinas, despachando todo el día en mandil de tocuyo, tornillos, tenazas, plumeros y latas de pintura. No pudo así hacer amigos, tener una novia, cultivar sus gustos más secretos, ni integrarse a una ciudad para la cual no existía, pues para la rica colonia italiana, metida en la banca y en la industria, era el hijo de un oscuro ferretero y para la sociedad indígena una especie de inmigrante sin abolengo ni poder. Sus únicos momentos de felicidad los había conocido realmente de niño, cuando vivía su madre, una mujer delicadísima que cantaba operas acompañándose al plano y que le pagó con sus ahorros un profesor de violín durante cuatro años. Luego algunas escapadas juveniles y nocturnas por la ciudad, buscando algo que no sabía lo que era y que por ello mismo nunca encontró y que despertaron en él cierto gusto por la soledad, la indagación y el sueño. Pero luego vino la rutina de la tienda, toda su juventud enterrada traficando con objetos opacos y la abolición progresiva de sus esperanzas más íntimas, hasta hacer de él un hombre sin iniciativa ni pasión. Por ello tener, a los cuarenta años, que responsabilizarse de una propiedad agrícola y por añadidura administrar su vida le pareció excesivo. O una u otra cosa. Lo primero que se le ocurrió fue vender la hacienda y vivir con su producto hasta que se le acabara. Pero un resto de prudencia le aconsejó conservar esas tierras, ponerlas en manos de un buen administrador y gozar de su renta haciendo lo que le viniera en gana, si alguna vez le daba ganas de hacer algo. Para ello, naturalmente, tenía que viajar a Tarma y estudiar sobre el terreno la forma de llevar a cabo su proyecto. * La hacienda la había visto muy de paso, cuando tuvo que venir precipitadamente de Lima para recoger el cadáver de don Salvatore y conducirlo al cementerio de la capital. Pero ahora que volvió con mayor calma quedó impresionado por la belleza de su propiedad. Era una serie de conjuntos que surgían unos de otros y se iban desplegando en el espacio con el rigor y la elegancia de una composición musical. Para empezar, la casa. La vieja mansión colonial de dos pisos, construida en forma de U en torno a un gran patio de tierra, tenía arcos de piedra en la planta baja y una galena con balcón y soportales de madera en los altos, rematada por un tejado de dos aguas. En medio del ala central se elevaba una especie de torrecilla que culminaba en un mirador cuadrangular cubierto de tejas, construcción extraña, que rompía un poco la unidad del recinto, pero le daba al mismo tiempo un aire espiritual. Cuando uno entraba al patio por el enorme portón que daba a la carretera se sentía de inmediato abrazado por las alas laterales y aspirado hacia una vida que no podía ser más que enigmática, recoleta y deleitosa. Los bajos estaban destinados a la servidumbre e instalaciones y los altos a la residencia patronal. Y esta la componían una sucesión de alcobas espaciosas, donde Silvio identificó tres salones, un comedor, una docena de dormitorios, una vieja capilla, cocina, baño y un saldo de piezas vacías que podrían servir de biblioteca, despensa o lo que fuese. Todas las habitaciones tenían empapelados antiguos, bastante desvaídos, pero tan complicados y distintos –escenas de caza, paisajes campestres, arreglos frutales o personajes de época– que invitaban más que a la contemplación a la lectura. Y felizmente que esos cuartos conservaban su vieja mueblería, que don Salvatore no había tenido tiempo de remplazar por sus artefactos de serie, aún encajonados en un hangar de los bajos. Tras la casa estaba el rosedal, que daba el nombre a la hacienda. Era un lugar encantado, donde todas las rosas de la creación, desde un tiempo seguramente inmemorial, florecían en el curso del año. Había rosas rojas y blancas y amarillas y verdes y violeta, rosas salvajes y rosas civilizadas, rosas que parecían un astro, un molusco, una tiara, la boca de una coqueta. No se sabía quién las plantó, ni con qué criterio, ni por qué motivo, pero componían un laberinto polícromo en el cual la vista se extasiaba y se perdía. Contiguo al jardín se encontraba la huerta, pocas higueras y perales, en cambio, cinco hectáreas de durazneros. Los árboles eran bajos, pero sus ramas se vencían bajo el peso de los frutos rosados y carnosos, cubiertos de una adorable pelusilla, que eran una delicia para el tacto antes de ser un regalo para la boca. Ahora comprendía Silvio cómo su padre, movido por una impulsión estética y golosa, se había tragado uno de esos frutos con pepa y todo, pagando ese gesto con su vida. Y cruzando el cerco de la huerta se penetraba en el campo abierto. Al comienzo los alfalfares, que crecían hasta la talla de un mozo a ambas orillas del río Acobamba, y luego las praderas de pastoreo, llanísimas, cubiertas siempre de hierba húmeda, y como límite de la propiedad el bosque de eucaliptos, que empezaba en la planicie y ascendía un trecho por los cerros, dejando el resto librado a retamas, cactus y tunares. * Silvio se felicitó de no haber obedecido a su primer impulso de vender la hacienda y, como le gustaba tal como era dio orden de inmediato de suspender los bastos trabajos de refacción que había emprendido don Salvatore. Solo admitió que terminaran de enlucir la fachada de rosa claro y que repararan cañerías, goteras, entablados y cerraduras. Renunció además a buscar un administrador y dejó toda la gestión en manos del viejo capataz Eleodoro Pumari quien, gracias a su experiencia y a su treintena de descendientes, estaba mejor que nadie capacitado para sacarle provecho a esa heredad. Estas pequeñas ocupaciones lo obligaban a postergar su retorno a Lima, pero sobre todo la idea de que en la costa estaban en pleno invierno. Nada detestaba más Silvio que los inviernos limeños, cuando empezaba la interminable garúa, jamás se veía una estrella y uno tenía la impresión de vivir en el fondo de un pozo. En la sierra en cambio era verano, lucía el sol todo el día y hacía un frío seco y estimulante. Eso lo determinó a entablar relaciones más íntimas con sus tierras y a ensayar las primeras con su nueva ciudad. Los tarmeños lo acogieron al comienzo con mucha reticencia. No solo no era del lugar, sino que sus padres eran italianos, es decir, doblemente extranjero. Pero al poco tiempo se dieron cuenta de que era un hombre sencillo, sano, serio y por añadidura soltero. Esta última cualidad fue el mejor argumento para que le abrieran las puertas de su clan. Un soltero era vulnerable y por definición soluble en la sociedad regional. El clan lo formaban una decena de familias que poseían todas las tierras de la provincia, con excepción del El Rosedal, que seguía siendo una isla en el mar de su poder. A su cabeza estaba el hacendado más rico y poderoso, don Armando Santa Lucía, alcalde de Tarma y presidente del Club Social. Fue el primero en invitarlo a una de sus reuniones y todo el resto del clan siguió. Silvio aceptó esta primera invitación por cortesía y algo de curiosidad e ingresó así paulatinamente a una ronda de comilonas, paseos y cabalgatas que se fueron encadenando unas con otras según las leyes de la emulación y la retribución. Todo el verano lo pasó de hacienda en hacienda y de convite en convite. Algunas de estas reuniones duraban días, se convertían en verdaderas fiestas ambulantes y conglomerantes, a las que iba adhiriendo de paso nuevas comparsas. Silvio recordaba haber cenado un domingo en casa de Armando Santa Lucía con cinco terratenientes y haber terminado la reunión un jueves, cerca de la provincia de Ayacucho, desayunando con una cuarentena de hacendados. Como no era afecto a la bebida y parco en el comer, rehusó varias de estas invitaciones con el propósito de romper la cadena, pero había empezado la época de las lluvias, las reuniones asumieron un aspecto más familiar y soportable, limitándose a cenas y bailes en las residencias de Tarma. Si el verano era la época de las correrías varoniles, el invierno era el imperio de la mujer. Silvio se dio cuenta que estaba circunscrito por solteronas, primas, hijas, sobrinas o ahijadas de hacendados, feísimas todas, que le hacían descaradamente la corte. Esas familias serranas eran inagotables y en cada una de ellas había siempre un lote de mujeres en reserva, que ponían oportunamente en circulación con propósitos más bien equívocos. Silvio tenía demasiado presente la imagen de su madre y su ideal de belleza femenina era muy refinado para ceder a la tentación y así poco a poco fue abandonando estas frecuentaciones para recluirse estoicamente en su hacienda. Y en esta cada día se sentía mejor, a punto que siguió postergando su retorno a Lima donde, en realidad, no tenía nada que hacer. Le encantaba pasear bajo las arcadas de piedra, comer un durazno al pie del árbol, observar como los Pumari ordeñaban las vacas, hojear viejos periódicos como si hicieran referencia a un mundo inexistente, pero sobre todo caminar por el rosedal. Rara vez arrancaba una flor, pero las aspiraba e iba identificando en cada perfume una especie diferente. Cada vez que abandonaba el jardín tenía el deseo inmediato de regresar a él, como si hubiera olvidado algo. Varias veces lo hizo, pero siempre se retiraba con la impresión de un paseo imperfecto. * Así pasaron algunos años. Silvio estaba ya plenamente instalado en la vida campestre. Había engordado un poco y tenía la tendencia a quitarse rara vez el saco de pijama. Sus andares por la hacienda se fueron limitando al claustro y el rosedal y finalmente le ocurrió no salir durante días de la galería de los altos e incluso de su dormitorio, donde se hacía servir la comida y convocaba a su capataz. A Tarma hacía expediciones mínimas, por asuntos extremadamente urgentes, al extremo que los hacendados dejaron de invitarlo y corrieron rumores acerca de su equilibrio mental o de su virilidad. Dos o tres veces viajó a Lima, generalmente para asistir a un concierto o comprar algún útil para la hacienda y siempre retornó cumplida su tarea. Cada vez que volvía reanudaba sus paseos, reconociendo en cada lugar los clisés guardados por su memoria, pero no obtenía ello el antiguo goce. Una mañana que se afeitaba creyó notar el origen de su malestar: estaba envejeciendo en una casa baldía, solitario, sin haber hecho realmente nada, aparte de durar. La vida no podía ser esa cosa que se nos imponía y que uno asumía como un arriendo, sin protestar. Pero ¿qué podía ser? En vano miró a su alrededor, buscando un indicio. Todo seguía en su lugar. Y sin embargo debía haber una contraseña, algo que permitiera quebrar la barrera de la rutina y la indolencia y acceder al fin al conocimiento, a la verdadera realidad. ¡Efímera inquietud! Terminó de afeitarse tranquilamente y encontró su tez fresca, a pesar de los años, si bien en el fondo de sus ojos creyó notar una lucecita inquieta, implorante. * Una tarde que se aburría demasiado cogió sus prismáticos de teatro y resolvió hacer lo único que nunca había hecho: escalar los cerros de la hacienda. Estos quedaban al final de las praderas y estaban cubiertos en la falda baja por el bosque de eucaliptos. Bordeando el río cruzó los alfalfares y pastizales, luego el bosque y emprendió la ascensión bajo el sol abrasador. La pendiente del cerro era más empinada de lo que había previsto y estaba plagada de cactus, magueyes y tunares, plantas hoscas y guerreras, que oponían a su paso una muralla de espinas. La constitución del suelo era más bien rocosa y repelente. A la media hora estaba extenuado, tenía las manos hinchadas y los zapatos rotos y aún no llegaba a la cresta. Haciendo un esfuerzo prosiguió hasta que llegó a la cima. Se trataba naturalmente de una primera cumbre, pues el cerro luego de un corto declive, proseguía ascendiendo hacia el cielo azul. Silvio se moría de sed, maldijo por no haber traído una cantimplora con agua y renunciando a continuar la escalada se sentó en una roca para contemplar el panorama. Estaba lo suficientemente alto como para ver a sus pies la totalidad de la hacienda y detrás, pero muy lejanos, los tejados de Tarma. Al lado opuesto se distinguían los picos de la cordillera oriental que separaban la sierra de la floresta. Silvio aspiró profundamente el aire impoluto de la altura, comprobó que la hacienda tenía la forma de un triángulo cuyo ángulo más agudo lo formaba la casa y que se iba desplegando como un abanico hacia el interior. Con sus prismáticos observó las praderas, donde espaciadamente pastaban las vacas, la huerta, la casa y finalmente el rosedal. Los prismáticos no eran muy poderosos, pero le permitieron distinguir como una borrosa tapicería coloreada, en la cual ciertas figuras tendían a repetirse. Vio círculos, luego rectángulos, en seguida otros círculos y todo dispuesto con tal precisión que quitándose los binoculares trató de tener del jardín una visión de conjunto. Pero estaba demasiado lejos y a simple vista no veía más que una mancha polícroma. Ajustándose nuevamente los prismáticos prosiguió su observación: las figuras estaban allí, pero las veía parcialmente y por series sucesivas y desde un ángulo que no le permitía reconstituir la totalidad del dibujo. Era realmente extraño, nunca imaginó que en ese abigarrado rosedal existiera en verdad un orden. Cuando se repuso de su fatiga, guardó los prismáticos y emprendió el retorno. * En los días siguientes hizo un corto viaje a Lima para asistir a una representación de Aída por un conjunto de ópera italiano. Luego intentó divertirse un poco, pero en la costa se estaba en invierno, lloviznaba, la gente andaba con bufanda y tosía, la ciudad parecía haber cerrado sus puertas a los intrusos, se aburrió una vez más, añoró su vida eremítica en la hacienda v bruscamente retornó a El Rosedal. Al entrar al patio de la hacienda se sintió turbado por la presencia de la torrecilla del ala central, tomó claramente conciencia del carácter aberrante de ese minarete, al cual además nunca había subido a causa de sus escalones apolillados. Estaba fuera de lugar, no cumplía ninguna función, al primer temblor se iba a venir abajo, tal vez alguna vez sirvió para otear el horizonte en busca del invisible enemigo. Pero tal vez tenía otro objeto, quien ordenó su construcción debía perseguir un fin preciso. Y claro, cómo no lo había pensado antes, solo podía servir de lugar privilegiado para observar una sola cosa: el rosedal. De inmediato ordenó a uno de los hijos de Pumari que reparara la escalera y se las ingeniara como fuese para poder llegar al observatorio. Como era ya tarde, Calixto tuvo que trabajar parte de la noche remplazando peldaños, anudando cuerdas, clavando garfios, de modo que a la mañana siguiente la vía estaba expedita y Silvio pudo emprender la ascensión. No tuvo ojos más que para el rosedal, todo el resto no existía para él y pudo así comprobar lo que viera desde el cerro: los macizos de rosas que, vistos del suelo, parecían crecer arbitrariamente, componían una sucesión de figuras. Silvio distinguió claramente un círculo, un rectángulo, dos círculos más, otro rectángulo, dos círculos finales. ¿Qué podía significar eso? ¿Quién había dispuesto que las rosas se plantaran así? Retuvo el dibujo en su mente y al descender los reprodujo sobre un papel. Durante largas horas estudió esta figura simple y asimétrica, sin encontrarle ningún sentido. Hasta que al fin se dio cuenta, no se trataba de un dibujo ornamental sino de una clave, de un signo que remitía a otro signo: el alfabeto Morse. Los círculos eran los puntos y los rectángulos, las rayas. En vano buscó en casa un diccionario o libro que pudiera ilustrarlo. El viejo Paternoster solo había dejado tratados de veterinaria y fruticultura. A la mañana siguiente tomó la carreta que llevaba la leche al pueblo y buscó inútilmente en la única librería de Tarma el texto iluminador. No le quedó más remedio que ir al correo para consultar con el telegrafista. Este se encontraba ocupadísimo, era hora de congestión y prometió enviarle al día siguiente la clave morse con el lechero. Nunca esperó Silvio con tanta ansiedad un mensaje. La carreta del lechero regresaba en general al mediodía, pero Silvio estuvo desde mucho antes en el portón de la hacienda, mirando la carretera. Apenas sintió en la curva el traqueteo de las ruedas se precipitó para coger el papel de manos de Esteban Pumari. Estaba en un sobre y llegando a su dormitorio lo desgarró. Cogiendo el papel y lápiz convirtió los puntos y rayas en letras y se encontró con la palabra RES. Pequeña palabra que lo dejó confuso. ¿Qué cosa era una res? Un animal, sin duda, un vacuno, como los que abundan en la hacienda. Claro, el propietario original de ese fundo, un ganadero fanático, había querido sin duda perpetuar en el jardín el nombre de la especie animal que albergaba sus tierras y de la cual dependía su fortuna: res, fuera vaca, toro o ternera. Silvio tiró la clave sobre la mesa, decepcionado. Y tuvo verdaderamente ganas de reír. Y se rio, pero sin alegría, descubriendo que en el empapelado de su dormitorio había aparte de naturalezas muertas arreglos florales. RES. Algo más debía expresar esa palabra. Naturalmente, en latín, según recordó, res quería decir cosa, Pero ¿qué era una cosa? Una cosa era todo, Silvio trató de indagar más, de escabullirse hasta el fondo de esta palabra, pero no vio nada y vio todo, desde una medusa hasta las torres de la catedral de Lima. Todo era una cosa, pero de nada le servía saberlo. Por donde la mirara, esta palabra lo remitía a la suma infinita de todo lo que contenía el universo. Aún se interrogó un momento, pero fatigado de fa esterilidad de su pesquisa, decidió olvidarse del asunto. Se había embarcado sin duda por un mal camino. Pero en mitad de la noche se despertó y se dio cuenta de que había estado soñando con su ascensión a la torre, con el rosedal en dibujo. Su mente no había dejado de trabajar. En su visión interior perduraba, escrita en el jardín y en el papel, la palabra RES. ¿Y si le daba la vuelta? Invirtiendo el orden de las letras logró la palabra SER. Silvio encendió una lámpara, corrió a la mesa y escribió con grandes letras SER. Este hallazgo lo llenó de júbilo, pero al poco rato comprobó que SER era una palabra tan vaga y extensa como COSA y muchísimo más que RES. ¿Ser qué, además? SER era todo. ¿Cómo tomar esta palabra, por otra parte, como sustantivo o como verbo infinitivo? Durante un rato se rompió la cabeza. Si era un sustantivo tenía el mismo significado infinito y por lo tanto inútil que COSA. Si era un verbo infinitivo carecía de complemento, pues no indicaba lo que era necesario ser. Esta vez sí se hundió profundamente en un sueño desencantado. En los días siguientes bajó a menudo a Tarma en las tardes sin un motivo preciso, daba una vuelta por la plaza, entraba a una tienda o se metía al cine. Los nativos, sorprendidos por esta reaparición, después de tantos meses de encierro, lo acogieron con simpatía. Lo notaron más sociable y aparentemente con ganas de divertirse. Aceptó incluso asistir a un gran baile que don Armando Santa Lucía daba en su residencia, pues había ganado el premio al mejor productor de papas de la región. Como siempre Silvio encontró en esta reunión a lo mejor de la sociedad tarmeña ya la más escogida gente de paso, así como a las solteronas de los años pasados que, más secas y arrugaditas, habían alcanzado ese grado crepuscular de madurez que presagiaba su pronto hundimiento en la desesperación. Silvio se entretuvo conversando con los hacendados, escuchando sus consejos para renovar su ganado y mejorar su servicio de distribución de leche, pero cuando empezó el baile una idea artera le pasó por la mente, una idea que surgió como un petardo del trasfondo de su ser y lo cegó: no era una palabra lo que se escondía en el jardín, era una sigla. Sin que nadie comprendiera por qué, abandono súbitamente la reunión y tomó la última camioneta que iba a la montaña y que podía dejarlo de paso en la puerta de su hacienda. Apenas llegó se acomodó frente a su mesa y escribió una vez más la palabra RES. Como no se le ocurría nada la invirtió y escribió SER. De inmediato se le apareció la frase Soy Excesivamente Rico. Pero se trataba evidentemente de una formulación falsa. No era un hombre rico, ni mucho menos excesivamente. La hacienda le permitía vivir porque era solo frugal. Volvió a examinar las letras y compuso Serás Enterrado Rápido, lo que no dejó de estremecerlo, a pesar de que le pareció una profecía infundada. Pero otras frases fueron desalojando a la anterior: Sábado Entrante Reparar, ¿reparar qué? Solo Ensayando Regresarás, ¿adónde? Sócrates Envejeciendo Rejuveneció, lo que era una fórmula estúpida y contradictoria. Sirio Engendro Rocío, frase dudosamente poética y además equívoca, pues no sabía si se trataba de la estrella o de un habitante de Siria. Las frases que se podían componer a partir de estas letras eran infinitas. Silvio llenó varias páginas de su cuaderno, llegando a fórmulas tan enigmáticas y disparatadas como Sálvate Enfrentando Río, Sucedióle Encontrar Rupia o Sóbate Encarnizadamente Rodilla, lo que a la postre significaba remplazar una clave por otra. Sin duda se había embarcado en un viaje sin destino. Aún por tenacidad ensayo otras frases. Todas lo remitían a la incongruencia. * Durante meses se abandonó a ese simulacro de la felicidad que es la rutina. Se levantaba tarde, tomaba varios cafés acompañados de su respectivo cigarro, daba una vuelta por las arcadas, impartía órdenes a los Pumari, bajaba de cuando en cuando a Tarma por asuntos fútiles y cuando realmente se aburría iba a Lima donde se aburría más. Como seguía sin conocer a nadie en la capital, vagaba por las calles céntricas entre miles de transeúntes atareados, compraba tonterías en las tiendas, se pagaba una buena comida, se atrevía a veces a ir a un cabaret y rara vez a fornicar con una pelandusca, de donde salía siempre insatisfecho y desplumado. Y regresaba a Tarma con el vacío en el alma, para deambular por sus tierras, aspirar una rosa, gustar un durazno, hojear viejos periódicos y aguardar ansioso que llegaran las sombras y acarrearan para siempre los escombros del día malgastado. Una mañana que paseaba por el rosedal se encontró, con Felícito Pumari, que se encargaba del jardín, y le preguntó qué modo seguía para mantenerlo floreciente, cómo regaba, dónde plantaba, qué rosales sembraba, cuándo y por qué. El muchacho le dijo simplemente que él se limitaba a reponer y resembrar las plantas que iban muriendo. Y siempre había sido así. Su padre le había enseñado y a su padre su padre. Silvio creyó encontrar en esta respuesta un estímulo: había un orden que se respetaba, el mensaje era trasmitido, nadie se atrevía a una transgresión, la tradición se perpetuaba. Por ello volvió a inclinarse sobre sus claves, comenzando por el comienzo, y se esforzó por encontrarles si no una explicación por lo menos una aplicación. RES era una palabra clarísima y no necesitaba de ningún comentario. E impulsado por la naturaleza de su fundo y los consejos de los hacendados se dedicó a incrementar su ganado, adquirió sementales caros y vacas finas y luego de sapientes cruces mejoró notablemente el rendimiento de sus reses. La producción de leche aumentó en un cien por ciento, tuvo necesidad de nuevas carretas para el reparto y el renombre de su establo ganó toda la región. Al cabo de un tiempo, sin embargo, la hacienda llegó a su rendimiento óptimo y se estancó. Al igual que el ánimo de Silvio, que no encontraba mayor placer en haber logrado una explotación modelo. Su esfuerzo le había dado un poco más de beneficios y de prestigio, pero eso era todo. Él seguía siendo un solterón caduco, que había enterrado temprano una vocación musical y seguía preguntándose para qué demonios había venido al mundo. Abandonó entonces sus cruces bovinos y dejó de supervigilar la marcha del establo. Por pura ociosidad se había dejado crecer una barba rojiza y descuidada. Por la misma razón volvió a interesarse por su clave, que seguía indescifrable sobre su mesa. RES=COSA. COSA. Muy bien. Se trataba tal vez de adquirir muchas cosas. Hizo entonces una lista de laque le faltaba y se dio cuenta que le faltaba todo. Un avión, por ejemplo, un caballo de carrera, un mayordomo hindú, una corbata con puntitos rojos, una lupa y así indefinidamente. Otra vez se encontraba enfrentado al infinito. Decidió entonces que lo que debía hacer era la lista de las cosas que tenía y empezó por su dormitorio: una cama, una mesa de noche, dos sábanas, dos frazadas, tres lámparas, un ropero, pero apenas había llenado algunas hojas de su cuaderno se encontró con problemas insolubles: las figuras del empapelado, por ejemplo, ¿eran una o varias cosas? ¿Tenía que anotar y describir una por una? Y si salía a la huerta, ¿tenía que contar los árboles y más aún los duraznos y peor todavía las hojas? Era una estupidez, pero también por ese lado lo cercaba el infinito. Pensó incluso que si no poseyera sino su cuerpo hubiera pasado años contando cada poro, cada vello y catalogando estas cosas, puesto que le pertenecían. Es así que tirando su inventario al aire examinó nuevamente su fórmula e invirtiéndola se acodó frente a la palabra SER. Y esta vez le resultó luminosa. SER era no solamente un verbo en infinitivo sino una orden. Lo que él debía hacer era justamente SER. Se interrogó entonces sobre lo que debía ser y en todo caso descubrió que lo que nunca debía haber sido era lo que en ese momento estaba siendo: un pobre idiota rodeado de vacas y eucaliptos, que se pasaba días íntegros encerrado en una casa baldía combinando letras en un cuaderno. Algunos proyectos de SER le pasaron por la cabeza. SER uno de esos dandis que se paseaban por el jirón de la Unión diciéndoles piropos a las guapas. SER un excelente lanzador de jabalina y ganar aunque sea por unos centímetros a esa especie de caballo que había en el colegio y que arrojaba cualquier objeto, fuera, redondo, chato o puntiagudo, a mayor distancia que nadie. O ser, ¿por qué no? lo que siempre había querido ser, un violinista como Hasha Heifetz, por ejemplo, cuya foto vio muchas veces de niño en la revista Life, tocando su instrumento con los ojos cerrados, ante una orquesta vestida de impecable smoking y un auditorio arrebatado. La idea no le pareció mala y desenterrando su instrumento lo sacó de su funda y reinició los ejercicios de su niñez. A esta tarea se aplicó con un rigor que lo sorprendió. En un par de meses, a razón de cinco o seis horas diarias; alcanzó una habilísima digitación y meses después ejecutaba ya solos y sonatas con una rara virtuosidad. Pero como había llegado a un tope tuvo necesidad de un profesor. La posibilidad de tener que viajar para ello a Lima lo desanimó. Felizmente, como a veces ocurre en la provincia, había un violinista oscuro, que tocaba en misas, entierros y matrimonios y que era músico y ejecutante genial, a quien el hecho de medir un metro treinta de estatura y haber vivido siempre en un pueblo serrano lo habían sustraído a la admiración universal. Rómulo Cárdenas se entusiasmó con la idea de darle clases y sobre todo vio en ello la posibilidad de realizar el sueño de toda su vida, incumplido hasta entonces, pues era el único violinista de Tarma: tocar alguna vez el concierto para dos violines de Juan Sebastián Bach. Pero allí estaba Silvio Lombardi. Durante semanas Rómulo vino todos los días a El Rosedal y ambos, encerrados en la antigua capilla, trabajaron encarnizadamente y lograron poner a punto el concierto soñado. Los Pumari no podían entender cómo este par de señores se olvidaban hasta de comer para frotar un arco contra unas cuerdas produciendo un sonido que, para ellos, no los hacía vibrar como un huayno. Silvio pensó que ya era tiempo de pasar de la clandestinidad a la severidad y tomó una determinación: dar un concierto con Cárdenas. E invitar a El Rosedal a los notables de Tarma, para retribuirles así todas sus atenciones. Hizo imprimir las tarjetas con quince días de anticipación y las distribuyó entre hacendados, funcionarios y gente de paso. Paulo Pumari repintó la vieja capilla, colocó bancas y sillas y convirtió la vetusta habitación en un auditorio ideal. Los hacendados tarmeños recibieron la invitación perplejos. ¡Lombardi invitaba a El Rosedal y para escucharlo tocar el violín a dúo con ese enano de Cárdenas! No se decía en la invitación si habría luego comida o baile. Muchos tiraron la tarjeta a la papelera, pensando luego decir que no la habían recibido, pero algunos se constituyeron el sábado en la hacienda de Silvio. Era una ocasión para echar una mirada a esa tierra evasiva y ver como vivía el italiano. Silvio había preparado una cena para cien personas, pero solo vinieron doce. La gran mesa que había hecho armar bajo las arcadas tuvo que ser desmontada y terminaron todos en el comedor de diario, en los altos de la casa. Después del café fueron a la capilla y se dio el concierto. Mientras ejecutaban la partitura Silvio comprobó de reojo que solo había once personas y nunca pudo descubrir quién era el duodécimo que se escapó o que se quedó en el comedor tomándose un trago más o repitiendo el postre. Pero el concierto fue inolvidable. Sin el socorro de una orquesta, Silvio y Rómulo se sobrepasaron, curvado cada cual sobre su instrumento crearon en esos momentos una estructura sonora que el viento se llevó para siempre, perdiéndose en las galaxias infinitas. Los invitados aplaudieron al final sin ningún entusiasmo. Era evidente que les había pasado por las narices un hecho artístico de valor universal sin que se diesen cuenta. Más tarde, con los tragos, felicitaron a los músicos con frases hiperbólicas, pero no habían escuchado nada, Juan Sebastián Bach pasó por allí sin que le vieran el más pequeño de sus rizos. Silvio siguió viendo a Cárdenas y ejecutando con él en la capilla: bajo las arcadas y aun en pleno rosedal, solitarios conciertos, verdaderos incunables del arte musical sin otros testigos que las palomas y las estrellas. Pero poco a poco fue distanciándose de su colega, terminó por no invitarlo más y refundió su violín en el fondo del armario. Lo hizo sin júbilo, pero también sin amargura, sabiendo que durante esos días de inspirada creación había sido algo, tal vez efímeramente, una voz que se perdió en los espacios siderales y que, como la luz, acabó por hundirse en el reino de las sombras. Por entonces se le cayó un incisivo y al poco tiempo otro y por flojera, por desidia, no se los hizo reponer. Una mañana se dio cuenta de que la mitad derecha de su cabeza estaba cubierta de canas. La mayor parte de los vidrios de la galería estaban quebrados. En las arcadas descubrió durante un paseo peroles con leche podrida. ¿Por qué, Dios mío, donde pusiera la mirada, veía instaurarse la descomposición, el apolillamiento y la ruina? Un paquete que recibió de Lima lo sacó un momento de sus cavilaciones. En su época de furioso criptógrafo había encargado una serie de libros y solo ahora le llegaban: diccionarios, gramáticas, manuales de enseñanza de lenguas. Lo revisó someramente hasta que descubrió algo que lo dejó atónito: RES quería decir en catalán nada. Durante varios días vivió secuestrado por esta palabra. Vivía en su interior escrutándola por todos lados, sin encontrar en ella más que lo evidente: la negación del ser, la vacuidad, la ausencia. Triste cosecha para tanto esfuerzo, pues él ya sabía que nada era él, nada el rosedal, nada sus tierras, nada el mundo. A pesar de esta certeza siguió abocado a sus tareas habituales, en las que ponía un empeño heroico, comer, vestirse, dormir, lavarse, ir al pueblo, durar en suma y era como tener que leer todos los días la misma página de un libro pésimamente escrito y desprovisto de toda amenidad. * Hasta que un día leyó, literalmente, una página diferente. Era una carta que le llegó de Italia: su prima Rosa le comunicaba la muerte de su padre, don Luigi Cellini, el lejano tío que don Salvatore había detestado tanto. Rosa había quedado en la miseria, con una hija menor, pues su marido, un tal Lucas Settembrini, había fugado del hogar años antes. Le pedía a Silvio que la recibiera en la hacienda, ocuparía el menor espacio posible y se encargaría del trabajo que fuese. Si el viejo Salvatore no estuviese ya muerto hubiera reventado dé rabia al leer esta carta. Así pues se había roto el alma durante cuarenta años para que al final su propiedad albergara y mantuviera a la familia del abusivo Luigi. Pero no fueron estas consideraciones lo que movieron a Silvio a dilatar su respuesta, sino la aprensión que le producía tener parientes metidos en la casa. Adiós sus hábitos de solterón, tendría que afeitarse, quitarse el saco de pijama, comer con buenos modales, etc. Como no sabía qué buen pretexto invocar para denegar el pedido de su prima, decidió mentir y decirle que iba a vender la hacienda para emprender un largo viaje alrededor del mundo que culminaría, según le pareció mí buen remate para su embuste, en un monasterio de oriente, dedicado a la meditación. Cuando resolvió escribir su respuesta cogió la carta de la prima para buscar la dirección y la releyó. Y solo al final de la misiva notó algo que lo dejó vibrando, en una difusa ensoñación: su prima firmaba Rosa Eleonora Settembrini. ¿Qué había en esta firma de particular? No tuvo necesidad de romperse la cabeza. Las iniciales de ese nombre formaban la palabra RES. Silvio quedó indeciso, apabullado, sin saber si debía dar crédito a este descubrimiento y llevar su indagación adelante. ¿Estaría al fin en posesión del verdadero sentido de la clave? ¡Tantas búsquedas había emprendido,seguidas de tantas decepciones! Al fin decidió someterse una vez más a los designios del azar y contestó la carta afirmativamente, enviando además, como pedía su ponía el dinero para los pasajes. * Las Settembrini llegaron a Tarma al cabo de tres meses, pues por economía habían viajado en un barco caletero que se detuvo en todos los puertos del mundo. Silvio había hecho arreglar para ellas dos dormitorios en un ala apartada de los altos. Ambas aparecieron en El Rosedal sin previo aviso; en la camioneta del mecánico Lavander, que excepcionalmente hacía de taxi. Silvio aguardaba el atardecer en una perezosa de la galería y se acariciaba la barba rojiza atormentado por uno de los tantos problemas que le ofrecía su vida insípida: ¿debía o no venderle uno de sus sementales a don Armando Santa Lucía? Apenas ellas atravesaron el portón y se detuvieron en el patio de tierra, seguidas por Lavander que cargaba las maletas, Silvio se puso de pie movido por un invencible impulso y tuvo que apoyarse en la baranda de madera para no caer. No era su prima ni por supuesto Lavander lo que lo sacudieron sino la visión de su sobrina que, apartada un poco del resto, observaba admirativa la vieja mansión, con la cabeza inclinada hacia un lado: esa tierra secreta, ese reino decrépito y desgobernado, recibía al fin la visita de su princesa. Esa figura no podía proceder más que de un orden celestial, donde toda copia y toda impostura eran imposibles. Roxana debía tener quince años. Silvio comprobó maravillado que su italiano, que no hablaba desde que murió su madre, funcionaba a la perfección, como si desde entonces hubiera estado en reserva, destinado a convertirse, por las circunstancias, en una lengua sagrada. Su prima Rosa, contra su promesa, ocupó desde el comienzo toda la casa y toda la hacienda. Avinagrada y envejecida por la pobreza y el abandono de su marido, se dio cuenta de que El Rosedal era más grande que el pueblo de Tirole, que alguien podía tener más de cien vacas y se aplicó al gobierno del fundo con una pasión vindicativa. Una de las primeras cosas que ordenó, puesto que Silvio formaba parte de la hacienda, fue que reparara su dentadura, así como hizo reponer todos los vidrios rotos de la galería. Silvio no volvió a ver más camisas sucias tiradas por el suelo, porongos con leche podrida en los pasillos, ni cerros de duraznos comidos por los moscardones al pie de los frutales. El Rosedal comenzó a fabricar quesos y mermeladas y, saliendo de su estacionamiento, entró en una nueva era de prosperidad. Roxana había cumplido los quince años en el barco que la trajo y parecía que los seguía cumpliendo y que nunca dejaría de cumplirlos. Silvio detestaba la noche y el sueño, porque sabía que era tiempo sustraído a la contemplación de su sobrina. Desde que abría los ojos estaba ya de pie, rogándole a Etelvina Pumari que trajera la leche más blanca, los huevos más frescos, el pan más tibio y la miel más dulce para el desayuno de Roxana. Cuando en las mañanas hacía con ella el habitual paseo por la huerta ingresaba al dominio de lo inefable. Todo lo que ella tocaba resplandecía, su más pequeña palabra devenía memorable, sus viejos vestidos eran las joyas de la corona, por donde pasaba quedaban las huellas de un hecho insólito y el perfume de una visita de la divinidad. El embeleso de Silvio se redobló cuando descubrió que Roxana tenía por segundo nombre Elena y que, apellidándose Settembrini, reaparecía en sus iniciales la palabra RES, pero cargada ahora de cuánto significado. Todo se volvía clarísimo, sus desvelos estaban recompensados, había al fin descifrado el enigma del jardín. De puro gozo ejecutó una noche para Roxana todo el concierto para violín de Beethoven, sin comerse una sola nota, se esmeró en montar bien a caballo, se tiñó de negro la parte derecha de su pelambre y se aprendió de memoria los poemas más largos de Rubén Darío, mientras Rosa se incrustaba cada vez más en la intendencia de la hacienda, secundada por la tribu desconcertada de los Pumari, y dejaba que su primo se deleitara en la educación de su hija. Silvio había concebido planes grandiosos: fundar y financiar una universidad en Tarma, con una pléyade de profesores ricamente pagados, para que Roxana pudiera hacer sus estudios como alumna única; enviar sus medidas a costureros de París para que regularmente le expidieran los modelos más preciosos; contratar un cocinero de renombre ecuménico con la misión de inventar cada día un plato nuevo para su sobrina; invitar al papa en cada efemérides religiosa para que celebrara la misa en la capilla de la hacienda. Pero naturalmente que tuvo que reajustar estos planes a la modestia de sus recursos y se limitó a poner le una profesora de español y otra de canto, hacerle sus trajes con una solterona del lugar y obligar a Basilia Pumari a que se pusiese delantal y toca al servir, lo que arruinó su belleza nativa y la convirtió en un mamarracho colosal. * Este período de beatitud empezó en un momento a enmohecerse. Silvio notó que Roxana disimulaba a veces un bostezo tras su mano cuando él hablaba o que el foco de su mirada estaba situado en un punto que no coincidía con su presencia. Silvio le había narrado ya diez veces su infancia y su juventud, adornándolas con la imaginación de un cuentista persa, y le había ejecutado en interminables veladas toda la música para violín que se había escrito desde el Renacimiento. Roxana, por su parte, conocía ya de memoria toda la hacienda, no había alcoba en la cual no. hubiera introducido su grácil y curiosa naturaleza, era incapaz de extraviarse en el laberinto del jardín, para cada árbol de la huerta tenía una mirada de reconocimiento, todos los meandros del río conservaban la huella de sus pisadas y los eucaliptos del bosque la habían adoptado como su deidad. Pero había algo que Roxana ignoraba: la palabra escondida en el rosedal. Silvio no le había hablado nunca de esto, pues era su más preciado secreto y quien quisiese descubrirlo tenía, como él, que pasar por todas las pruebas de una iniciación. Pero como Roxana tendía cada vez más a distraerse y su espíritu se escapaba a menudo de los límites de la heredad, decidió recobrar su atención poniéndola sobre la pista de este enigma. Le dijo así un día que en la hacienda había algo que ella nunca encontraría. Picada su curiosidad, Roxana reanudó sus andares por la hacienda, en busca de lo oculto. Silvio no le había dado mayores indicios y ella no sabía en consecuencia si se trataba de un tesoro, de un animal sagrado o de un árbol de la Sabiduría. En sus recorridos parecía que iba encendiendo las luces de habitaciones invisibles y Silvio tras ella, sombrío, apagándolas. Como al cabo de un tiempo no descubría nada se irritó, exigió más detalles y como Silvio rehusó dárselos se molestó diciéndole que era malo y que ya no lo quería. Silvio quedó muy afligido, sin saber qué partido tomar. Fue entonces cuando Rosa salió de la sombra y le dio el golpe de gracia. * Rosa había puesto ya orden en la hacienda y dado por concluida la primera etapa de su misión. Esa codiciada propiedad, más floreciente que nunca, les pertenecería de pleno derecho cuando Silvio desapareciera. Pero había otras propiedades más grandes en Tarma. En sus frecuentes viajes a la ciudad había tenido ocasión de informarse e incluso de visitar fundas con miles de cabezas de ganado. Para acceder a ellos tenía un instrumento irremplazable: Roxana. Inversamente, los ganaderos tarmeños habían intuido que la presencia de esa niña era tal vez la ocasión soñada para entrar al fin en posesión de El Rosedal. Roxana nunca había puesto los pies en Tarma, cautiva como la había tenido el encanto de la hacienda y los cuidados de Silvio, pero se sabía de ella y de su belleza por los decires de sus profesoras. De este modo, intereses contrarios pero convergentes se pusieron simultáneamente en marcha, con fines mezquinamente nupciales, que implicaban a la postre la sustracción de Roxana al imperio de su tío. Todo coincidió con la feria de Santa Ana y con el aniversario de Roxana, que cumplía dieciséis años. Rosa dijo que ya era tiempo de que esa niña frecuentara un poco de mundo, al mismo tiempo que una delegación de hacendados vino a El Rosedal para rogarle a Silvio que fuera mayordomo de la feria. Esto último era más que un honor una dignidad, perseguida por todos los señores, pero que implicaba en contrapartida la organización de grandes y costosos festejos en los que participaba toda la comunidad. Silvio se dijo por qué no, quizás la solución era que Roxana se distrajera, eso le volvería el resplandor que día a día iba perdiendo y tal vez el júbilo de vivir en El Rosedal. Decidió entonces reunir el aniversario de su sobrina y la feria en una gran fiesta, en cuyo preparativo se abocó durante un mes como si fuese el hecho más importante de su vida. Hizo aplanar y arreglar el patio de la hacienda, repintar nuevamente la fachada, colocar maceteros con flores en las arcadas, adornar con faroles la galería y limpiar los senderos del jardín y la huerta de pétalos y frutos caídos. Aparte de ello contrató artificieros chinos para el castillo de fuego, un elenco de bailarines de Acobamba, otro de músicos de Huancayo y un equipo de maestros de la pachamanca para que cocieran bajo tierra reses, puercos, carneros, gallinas, cuyes y palomas, aparte de todas las legumbres y hortalizas del valle. En cuanto al bar, dio carta blanca al Hotel Bolívar de Tarma para que surtiera la reunión de todas las bebidas regionales y extranjeras. La fiesta pasó a los anales de la provincia. Desde antes del mediodía empezaron a llegar los invitados por los cuatro caminos del mundo. Algunos vinieron en automóvil, pero la mayor parte en caballos ricamente enjaezados, con arneses y estribos de plata repujada. Los hombres llevaban el traje tradicional: botas de becerro, pantalón de montar de pana, chaqueta de cuero o paño, pañuelo anudado al cuello, sombrero de fieltro y poncho terciado al hombro, esos ponchos de vicuña tan finamente tejidos que pasaban íntegros por un aro de matrimonio. Las mujeres se habían dividido entre amazonas y ciudadanas, según fueran esposas de hacendados o de funcionarios. Serían en total unas quinientas personas, pues Silvio había invitado a propietarios de lugares tan lejanos como Jauja, Junín o Chanchamayo. Y de estas quinientas personas casi la mitad, eran hijos de los hacendados. No se sabía de dónde hablan salido tantos. Vestidos al igual que sus padres, pero en colores más vivos, casi todos en briosas cabalgaduras, formaron de inmediato como un bullicioso corral de arrogantes gallitos, cada cual más apuesto y lucido que el otro. Todo se desarrolló de acuerdo con lo previsto, salvo el instante en que Roxana se hizo presente, y abrió una grieta de silencio y de estupor en la farándula. Rosa había imaginado una puesta en escena teatral: alfombrar la escalera que bajaba de la galería y hacerla descender al son de un vals vienés. Silvio pensó algo mejor: hacerla aparecer desde los aires gracias a un procedimiento mecánico o extraerla de una torta descomunal. Pero finalmente renunció a estos recursos barrocos, confiado en la majestad de su sola presencia y simplemente hubo un momento en que Roxana estuvo allí y todo dejó de existir. Un círculo enmudecido la rodeó y nadie se atrevía a avanzar ni a hablar. A Silvio mismo le costó trabajo dar el primer paso y tuvo que hacer un esfuerzo para acercarse a la dama más próxima y presentarle a su sobrina. Los saludos continuaron y el barullo se reinició. Pero otro círculo más restringido se formó, el de los jóvenes, que luego de la presentación ensayaban la galantería. Enamorados fulminantemente y al unísono, hubieran sido capaces dé batirse a trompadas o fuetazos si es que la presencia de sus padres y un resto de decoro no los obligara a cierta continencia. Después de los aperitivos y del almuerzo empezó el baile. Silvio lo inauguró en pareja con Roxana, pero sus obligaciones de anfitrión lo pusieron en brazos de señoras que lo fueron alejando cada vez más del foco de la reunión. Desde la periferia vio como Roxana iba siendo solicitada por una interminable hilera de bailarines, que se esforzaban por cumplir esa tarde la más brillante de sus performances. ¡Y eran tantos además que nunca terminaría de conocerlos! El baile prosiguió interrumpido por brindis, bromas y discursos hasta que Silvio, compartido entre atenciones a señoras y apartes con señores, se dio cuenta de que Roxana hacía rato que no cambiaba de pareja. Y su caballero era nada menos que Jorge Santa Lucía, joven agrónomo reputado por la solidez de su contextura, la grandeza de su hacienda, la amenidad de su carácter y la hermosura de sus pretendientes. En el torbellino los perdió de vista, iba oscureciendo, tuvo que dar órdenes para que iluminaran los faroles de la galería y nuevamente regresó al patio, la mirada indagadora en el ánimo inquieto. Roxana seguía bailando con su galán y nunca vio en su rostro expresión de tan arrobadora alegría. Aún hizo otros brindis, bailó incluso con su prima Rosa que se enroscó en sus hombros como una melosa bufanda, ordenó que fueran previniendo a los artificieros y cuando oscurecía se sintió horriblemente cansado y triste. Era el alcohol tal vez, que casi nunca probaba, o el ajetreo de la fiesta o el exceso de comida, pero lo cierto es que le provocó retirarse a los altos y lo hizo sin que nadie se percatara de ello o intentara retenerlo. Apoyado en el barandal, en la penumbra, contempló la fiesta, su fiesta, que iba cobrando un ritmo frenético a medida que pasaban las horas. La orquesta tocaba a rabiar, las parejas sacaban polvo del suelo con sus zapateos, los bebedores copaban la mesa del bar, bailarines acobambinos disfrazados de diablos ensayaban saltos mortales cerca de las arcadas. Y Roxana, ¿dónde estaba? En vano trató de ubicarla. No era esta, ni esta, ni esta. ¿Dónde la fontana de fuego, la concha de la caverna oscura, la doble manzana de la vida? Desalentado entró en su dormitorio cogió su violín, ensayó algunos acordes y salió con su instrumento a la galería. La recorrió de un extremo a otro hasta que se detuvo frente a la puerta que llevaba al minarete. Hacía años que no subía. La puerta tenía un viejo cerrojo del cual solo él conocía el secreto. Luego de abrirlo trepó trabajosamente por los peldaños apolillados y las cuerdas vencidas. Al llegar al reducido observatorio cubierto de tejas observó el rosedal y buscó el dibujo. No se veía nada, quizás porque no había bastante luz. Por algún lado lucía una mata de rosas blancas, por otro una de amarillas. ¿Dónde estaba el mensaje? ¿Qué decía el mensaje? En ese momento empezaron los fuegos de artificio y el cielo resplandeció. Luminarias rojas, azules, naranja ascendían alumbrando como nunca el rosedal. Silvio trató otra vez de distinguir los viejos signos, pero no veía sino confusión y desorden, un caprichoso arabesco de tintes, líneas y corolas. En ese jardín no había enigma ni misiva, ni en su vida tampoco. Aún intentó una nueva fórmula que improvisó en el instante: las letras que alguna vez creyó encontrar correspondían correlativamente a los números y sumando estos daban su edad, cincuenta años, la edad en que tal vez debía morir. Pero esta hipótesis no le pareció ni cierta ni falsa y la acogió con la mayor indiferencia. Y al hacerlo se sintió sereno, soberano. Los fuegos artificiales habían cesado. El baile se reanudó entre vítores, aplausos y canciones. Era una noche espléndida. Levantando su violín lo encajó contra su mandíbula y empezó a tocar para nadie, en medio del estruendo. Para nadie. Y tuvo la certeza de que nunca lo había hecho mejor. 

París, 29 de agosto de 1976

domingo, 28 de junio de 2009

sábado, 27 de junio de 2009

Semblanzas Profundas: Alfabeto para nadie de Cristián Gómez

23:34

El libro alfabeto para nadie de Cristián Gómez (Editorial Fuga 2007) nos presenta desde su primer poema “El más paciente” y a lo largo de todo su cuerpo textual me atrevería a señalar, una dimensión poética que emerge de lo cotidiano, su voz aterriza las expectativas del lector introduciéndonos por espacios conocidos y sospechados. Sin ser repetitivo o cliché, tropezamos en el texto con recintos e instituciones ante las cuales uno lidia diariamente ya sea en la ciudad, el patio de nuestros hogares, durante la cena, al ir al cine, contraer una gripe o hacer zapping el domingo por la noche.

De modo que la voz que emerge, actúa como un canal que va pormenorizando las ataduras del hombre común desde lo macro aplastante e incontrolable que paradójicamente nos controla a todos sin excepción y por completo, con algo tan simple e insubstancial como una cifra, password o cartel de prohibición, para llegar a lo más particular e imperceptible a simple vista, una pantalla en el fuero interno de los enunciantes enunciados, las voces que residen en los poemas, pareciesen someterse a un escáner que nos muestra de modo transparente sus ideas, sentires y pesares, me refiero a la familia del niño afectado por un cáncer, el conductor del camión de helados, un paseante que se siente extranjero al recordar lo que era su ciudad durante la infancia, los poco enterados visitantes de un museo y el pequeño propietario de unas tierras entre muchos más, todos demuestran en sus cuerpos y mentes, los efectos de dicha represión, el malestar, la esperanza fatua de un punto de fuga o el delirio metafísico en una constante atmósfera de asfixia e imágenes falsas y dudosas que se suceden precarias y efímeras como un acelerado videoclip en frenético formato de slideshow tendiendo a hacer dudar al hombre de su propia anatomía y las conductas más básicas y vitales.

Las batallas que hoy en / día se pelean / ocurren todas en el desierto: / las cámaras, las luces, el / público que lo ovaciona: / elementos puramente del / decorado, / que no habrá de modificar / la decisión dividida de los jueces. / Una autobiografía como cualquier otra / revestida de la misma elegancia de / un crepúsculo, un espejo siempre / de sí mismo, una repetición del aire / que respiramos y / dejamos / de respirar
(…)
pero el cabaret El Infierno / sería pronto reemplazado por un estacionamiento de dos pisos que no / tardó mucho tampoco en ser asimismo reemplazado / por uno de tres. La penitenciaría, el mercado, la estación. / No hace mucho almorcé por ahí con un amigo que dice / ya no ser mi amigo. También subieron los precios. / Lo único que ha bajado es la bencina. / Debe ser lo que / estoy tomando.


Me aventuro a afirmar que la poesía de Gómez asume en “Alfabeto para nadie”, una estridencia deforme de la cotidianidad en la cual se entremezclan situaciones en apariencia inconexas pero que van revelando en su rostro limpio y ordenado de la rutina, las secuencias deformes y horrorosas de lo cotidiano que descansan en el absurdo del mundo suburbano, similar a lo que ocurre en Blue Velvet de Lynch ante la aparición de una oreja humana tirada en medio de un jardín o descampado de una población o comuna que se jacta de su lógica y pulcritud moral, otro parangón sería la estética del videoclip realizado por Howard Greenhalgh para el tema grunge “Black Hole Sun” de Soundgarden o un pequeño fragmento presente en la historia de una pareja de jóvenes vagabundos junkies que Jonas Akerlund cuenta en el video que realizó para el tema “Try try try” de Smashing Pumpkins. Todas estas referencias visuales así como la poesía de Gómez, revientan de modo masivo sobre un acartonado paraíso de clase media, se trata de la ironización y desmitificación total del simulacro que puede inspirar el insípido monocorde de los años 60, representado y proyectado por un sueño americano y occidental, molde exitista repetido y reformulado de todas las formas posibles y hasta la saciedad en el mundo actual a través de las promociones de las cadenas de comida rápida, los grandes íconos y discursos de modernidad y progreso de norte a sur en nuestro continente y país.

ok: touché. Así decía mi hermano / cuando hacíamos esgrima con palos de escoba / y terminaba sacándome cresta y media cuando / a los dos se nos pasaba la mano con el ardor de / los guerreros: él moriría poco después, tendido / en una cancha de fútbol, mordiendo no sé / si con desesperación el pasto, de seguro / ya inconsciente, producto de una falla en / el ventrículo derecho del conjunto arterial. / El camión de los helados pasa haciendo sonar / la sirena, los niños están a punto de alcanzarlo y / el conductor sólo piensa en lo fácil que será entregarle / las planillas al supervisor del turno de las mañanas.

Gómez aborda con su poesía el falso rostro de la verdad, el fin de lo mágico, la muerte de la inocencia ante el desenmascaramiento de un espacio de interpretación que nos es vetado por encontrarnos en medio del ojo del huracán, al ser usuarios inconscientes de este sistema. El ojo del poeta en cambio, vate (vidente) y creador empuja desenfadado la mentira al rostro impactado de sus lectores.

Y aplaude la asamblea. La obra gruesa está / acabada, por ahora el principal objetivo es lograr que los / festejos sigan en manos de los que no saben (lo) que / están festejando y todo el mundo vea en ello otra / consecuencia inevitable en un mundo plagado de / consecuencias inevitables.


En otras palabras, se emprende gracias al texto, un recorrido por la historia de todos a través de la mirada de… me atrevo a sugerir; quizá un agonizante hombre que muerde el césped mientras su corazón comienza a constreñirse… el texto en tal medida desciende a la pequeña historia y gesta diaria de modo que la escrituración que en principio se declara en su título nihilista, cerrada y muda a todos, “alfabeto para nadie”, resulta en realidad un alfabeto para todos, abierto y marchante bajo las directrices plurales de la desesperada mudez de la creación que combate sus limitantes intrínsecas (la precariedad de sus propios recursos y medios, la palabra, el alfabeto como imposibilidad) y extrínsecas (la paranoia del medio y sus agentes del miedo)

Por tanto Gómez, partiendo desde lo concreto y material; delantales, carteles, pasillos, ciudad y una blancura o asepsia de los espacios interiores de la misma, ámbitos artificiales determinados por un afán tecnócrata de modernidad y uniformación que pretende familiarizar a los usuarios, hacerlos parte y aunarlos bajo el slogan o la imagen corporativa y sus estrategias de la publicidad y el condicionamiento de las voluntades, organiza un mensaje sensible de “quiénes somos” y “cómo operamos” atravesados por este discurso del control. Entonces, aquel niño afectado por cáncer y su familia o el hombre que sufre una afección cardiaca y su hermano, desambiguan como metáforas del mundo, las estructuras del presente. Pasamos de lo semántico: usos, significaciones y sentidos que el poema a través de su discurso y diseño lingüístico expone, a lo estructural y simbólico de la sociedad, la codificación de nuestras existencias y formas de organización.

Dialécticamente “Alfabeto para nadie”, resulta un texto que asume desde su significación artística una comunicación e interpretación de nuestra época y su épica, con una mirada abierta, crítica y libre de sensiblerías plasmando la lucha de los anónimos y apócrifos que cruzan la calle junto a nosotros o abordan el mismo autobús o colectivo, construyendo en la simpleza de esos actos automáticos, su identidad, mítica, visión y en definitiva verdad, ante las certezas de lo que sin asco debiésemos asumir como un simulacro, poblado de agentes y agencias que construyen y mantienen el alfabeto cotidiano y cerrado, plagado de átomos organizacionales, jerarquías, interrelaciones y su operatividad en grandes sistemas y discursos político-sociales permeando lo más tangible, la institucionalidad y su corpus, recintos como bancos, hospitales y sus pabellones con las consabidas conductas, solicitadas o impuestas, donaciones, filas de pago, créditos, seguros, modales, recato.

Los granjeros de la zona, al hacer la / cosecha del maíz, tienen que tener cuidado / de no electrocutarse con los cables del tendido / eléctrico, derribados durante el último tornado. / Al subirse a sus tractores comprados con un largo / crédito que terminarán de pagar sus hijos, no debieran / estar tocando el suelo. Las estadísticas dicen / que después de una tormenta los índices de / accidentes laborales se incrementan en un / doscientos por ciento, lo que da una cifra / anual de un catorce por ciento acumulado / en las últimas dos décadas.
(…)
Otros aseguran / que la clave se encuentra / en lo sucedido, si por / lo sucedido se entiende / referir con palabras / decorosas / lo que de otro modo / no sería sino un / espejismo

Que el texto nos introduzca a esta revisión de cada objeto cotidiano, espacio y comportamiento, como signo que a su vez desciende a sus respectivos niveles como entidad comunicativa e interpretable, permite al lector extrapolar y llevar el cuestionamiento su realidad, su propia épica. Por ende el recorrido desde mis propias estructuras de mundo y extensiones parentetizadas al ingresar al poema, afectan la lectura pero igualmente estas, se ven afectadas por la lectura y el mensaje poético al salir uno del texto, claro, esto último sólo ocurre si llegamos a realmente abandonar el texto, o sea, si es que somos capaces de dejar de lado por completo la consideración de este alfabeto poético. Quizá materialmente lo hacemos al soltar el libro u hoy en día, al cerrar el pdf o la página web, sin embargo la palabra re-creada por Gómez en su texto, ese alfabeto que no nomina y no reconoce dueño, ciertamente pasa tras su lectura a integrar en la síntesis y contraste con nuestro propio alfabeto, enciclopedia o ideolecto, la nominación particular que como lectores y escritores diarios de nuestra existencia hacemos del mundo y sus contradicciones.

Voy a hablar, entonces, de una letra.

Del componente, simplemente, de un alfabeto.

Cada lector, dicho sea de paso, tiene su propio rostro.


En conclusión, todos somos ese nadie, todos damos un significado al alfabeto, a la realidad desde nuestra propio rostro y verbalización pero en esa incomunicación que implica un babel moderno donde todos sostenemos a ultranza nuestra propia versión de los hechos y la realidad, existe un punto de comunión, el alfabeto que quiere uniformarnos, que quiere hacernos parte de un único discurso, comercial, político, social… El Alfabeto de Gómez en cambio, ese alfabeto innominado y poético, no pretende poner una talla, logo, color o sabor, por el contrario reconoce la posibilidad de seguir cuestionando y negar. Ello se observa de forma más directa en uno de los poemas más interesantes del libro, “Incurable”, en este el hablante del poema se refiere a un paciente de cáncer terminal que a través del discurso poético se homologa con la imagen del poeta, este rechaza la quimioterapia, resignándose a su condición catastrófica y a su finitud dentro de un mundo, ante el cual consciente carga su patología mientras recuerda la escritura como una parte inextirpable de su calidad de ser que pone las cartas sobre la mesa.

Creo / haber escrito algún poema / me dijo el paciente con / cáncer terminal antes de / darse por vencido y / negarse a recibir / una nueva sesión / de quimioterapia./ Creo haber escrito, / creo haber puesto encima / de la mesa las cartas / guardadas bajo la manga.


Autor: Daniel Rojas Pachas.
Publicado en: Cinosargo.



jueves, 25 de junio de 2009

Literatura(s) desde, en, para , por y sobre Arica: referencia en cuestión

13:25

S a P i E n S a: agradece la participación de CINOSARGO (http://www.cinosargo.cl.kz/) en la Persona de su Director, el Escritor y Poeta, Daniel Rojas Pachas , del Grupo Mal en la persona de Eduardo Ignacio Ingeniero y socio fundador de Más allá de las letras (MAL) , y Rodrigo Rojas Poeta y participante del colectivo Rapsodas Fundacionales.

A la vez, desde ya se hace un convite a tod@s para que el próximo Sábado 27 de Junio nos convoquemos desde las 18.00 hrs en Radio UTA 95.9FM (Chile) ó en web: www.uta.cl, link radio, para, junto a Eduardo Ignacio , Daniel Rojas Pachas y Rodrigo Rojas, ensayemos un diagnóstico de los sentidos y las literaturas en Arica, desde una lógica de la realidad social hacía la literatura.

En esta oportunidad, de esta manera, procuraremos identificar a los escritores(ras) que escriben desde, hacía, en y por Arica: con lo cual queda implícita la situación que asumimos: problematizar la vinculación dada entre la referencia física de producción y los sentidos, propósitos y formas de la producción literaria.

La circunstancia de la invisibilidad del mismo mensaje emitido desde la perisferia al centro, se produce dentro de una situación estructural, que es, el desigual acceso a los medios de participación colectiva. Dentro de una democracia entendida como demos, las grandes metropolis capitalizan recursos y accesos, definiendo en consecuencia al todo, in extenso, desde su problemática metropolitana. Acontecimiento tal, provoca la recursiva , constante y hecha perenne invisivilidad y minusvalía - respecto a las posibilidades- de la perisferia vínculada de manera inequitativa al centro.

Esta relación se irradia en todos los ámbitos de interrelación e interacción. La literatura, en especial, es un hacer que necesariamente se víncula con contextos sociales tales, modelando sus propósitos y fines en respecto ó anversamente: a prácticas sociales históricamente desarrolladas.

Sapiensa invita a reflexionar: Literatura, sus referencias y discursos: espacios referenciales, memoria social y legitimidades

Igoñi de la Serna

S a P i E n S a
http://sapiensauniversidad.blogspot.com/
sapiensauniversidad@gmail.com


miércoles, 24 de junio de 2009

Fragmento de Comunicado de Gramma

22:17

…lo puedes oler, mira allí… mira, van juntitas de las manos, y maquilladas… las cuatro montando su caballo de latón. La mayor, desnuda, policromada, flota con sus vísceras expuestas, y desde ellas, bien negras como debe ser… el clínico interior del infinito nos abofetea… danza mejor… bien vestida y embetunados de grasa, cada centímetro pintado …que bella, qué sonrisa más linda, parece esa niña de rizos de oro en una película sin color… sin aliento, sus manos invitan a cantar, sí, otra pulgada del mismo ambulatorio oxigeno (De que hablas, por favor cállate, no quiero saber, deja que me vaya… en serio, te amo de verdad que sí… pero por favor… no, no… mejor no me dejes ir, no… que digo… debo salir, debo hacerlo, aún cuando debamos estar juntos… una vez que acabe todo, ¿cuándo?… cuando sea necesario… ver todo desde esta pantalla, juntos… en este lugar transparente de ranuras… lubricadas… sí… siguen siendo la madre infesta de… y mis labios y los tuyos, tú… qué tal… cómo lo sientes, un ménage à trois ummmmmmmm Tal Vez un rápido cambio de versos, ensali-bando el juego. (quizá otro día)


Los días son la ilusión y la guillotina se acerca, ¿qué dices?… qué… aún no te cuentan esa historia. Dios Santo diría si creyese, si fuese aún posible tener fe en algo… que falta de cortesía de mi parte… pero descuida yo haré las presentaciones, no sé si lo recuerdes… probablemente no habías nacido, pero a mi… me mandaban a dormir con la imagen de hombres practicando tiros sobre el cuerpo de esos críos… eso era lo correcto

(mejor déjame morir en paz) Como quieras… adiós… nos vemos mañana, si todo no ha terminado aún…


Autor: Daniel Rojas Pachas.

(Fragmento de Comunicado de Gramma Ed. Cinosargo 2009)


martes, 23 de junio de 2009

Primer Encuentro Nacional de Animadores y Gestores Culturales

14:57




DESCARGAR LAS BASES DEL ENCUENTRO (PDF)


Roberto Guerra, organizador del Primer Encuentro Nacional de Animadores y Gestores Culturales:

“Queremos sentar las bases de una red nacional de gestores culturales”

Para los días 9, 10 y 11 de octubre en la ciudad de Santiago está programado un encuentro inédito que espera congregar a todos quienes trabajan en gestión de la cultura. Se trata de una instancia de alcance nacional que organiza la Escuela de Gestores y Animadores Culturales, cuyos ejes de trabajo serán la gestión cultural y participación ciudadana, la formación en gestión cultural, la animación sociocultural, el desarrollo cultural inclusivo, el financiamiento de la cultura y las políticas públicas e institucionalidad cultural. Roberto Guerra , director de la Escuela de Gestores y Animadores Culturales, entrega más antecedentes sobre este encuentro.

Leer entrevista: Más información


DESCARGAR LAS BASES DEL ENCUENTRO (PDF)



DOCUMENTOS Y LINKS RELACIONADOS A ESTE IMPORTANTE ENCUENTRO


CONCLUSIONES PRIMER ENCUENTRO DE GESTORES Y ANIMADORES
CULTURALES DE LA REGIÓN METROPOLITANA (pdf)


En Octubre se realizará el Primer Encuentro Nacional de Gestores y Animadores Culturales

Gestión cultural desde las alturas: La Egac en Bolivia

“Queremos sentar las bases de una red nacional de gestores culturales”





lunes, 22 de junio de 2009

The Mars Volta, Octahedron (2009)

20:39

Como melómano y obseso seguidor del arte del par Bixler-Rodríguez o viceversa, pensaba hacer una nota de mi experiencia con este disco anticipadísimo, pero tomando en cuenta que mi amigo

Fuente original: http://stomach-blister.blogspot.com

Octahedron
es el nuevo álbum de The Mars Volta, presto a ser lanzado el 23 de junio en América. Hoy, 21 de Junio, hora indeterminada, con múltiples reproducciones del disco en el cuerpo no puedo evitar recaer en un deja-vu sensitivo, en volver al mismo vacío que experimenté -y mas aun si se conoce el potencial de los ejecutores- después de digerir el álbum anterior, The Bedlam in Goliath.

No es que sea un mal disco, para nada. La dupla creativa BixlerRodríguez sigue funcionando correctamente, salvo que en esta ocasión lo hacen con un producto deslavado. Como la costumbre dicta, siguen obsequiándonos los ritmos latinos de siempre pero con una notoria falta de jazz fusión estridente, aquel que permitía el viaje a intrincados pasajes mentales. Tampoco hay que auto engañarse, existía precedente del nuevo planteamiento en la música, un disco acústico según una entrevista a Omar Rodríguez. El error en el que de seguro varios incurrimos y que probablemente fue lo primero que se viene a la mente con el término “acústico” son reminiscencias del Commatorium, concretamente Televators o la más reciente Asilos Magdalena, en cambio tenemos construcciones levemente más comerciales en donde si bien Credric mantiene su “doble” voz impecable, se desconoce y desaprovecha la columna central de composición: la psicodelia experimental de Omar Rodríguez.

Octhaedron, si aplicamos la ley de causa efecto, seria un efecto que se ha conformado bajo la superficie sonora de The Mars Volta, no se si negativo pero que ha reducido la intensidad a medida que pasan los años. Dicho “proceso” se arrastra de un Bedlam in Goliath que a todo el mundo dejo satisfecho pero que solo ofrecía una nivelación de sonidos, tanto en el "art rock" a un nivel macro, como en la furiosa distorsión átona de la que tanto se disfrutó y que se viene parcelando, como idea en un Amputechture y ejecutándose en resultado sutil pero notorio en “el disco que no quería nacer". Al igual que en sus conceptualizaciones, me es imposible desprender y observar el álbum como una isla individual, seria leer solo una frase de un intrincado texto. Quizás es un error, la ventaja es que permite fijarse en las innovaciones y variaciones de la creación musical de la banda y hacer mas notable un “decaimiento” como los 50 minutos que a esta altura se convirtieron en mas de 300 gracias a que quité “shuffle” de winamp.

La "Ectopic Shapeshifting Penance-propulsion" se perdió por completo, así como la adicción a la heroína, esperemos que no se haga costumbre y podamos nuevamente viajar a Puerto Rico gracias al croar de un pantano repleto de ranas coqui y no solo quedarnos sentados frente a un pc escuchando un disco que saldrá dentro de 2 días.

domingo, 21 de junio de 2009

sábado, 20 de junio de 2009

EL BURRO DEL DIABLO ENCUADRE POÉTICO DE COQUIMBO por Daniel Rojas

22:07


EL BURRO DEL DIABLO ENCUADRE POÉTICO DE COQUIMBO.

EL BURRO DEL DIABLO: Arqueo de la poesía contemporánea de la Región de Coquimbo. Ediciones Universitarias – Universidad Católica del Norte, Coquimbo, 2008, es una empresa literaria de gran envergadura, llevada a cabo por Arturo Volantines, poeta e investigador literario del norte de Chile nacido en Copiapó en 1955. El ambicioso proyecto compilatorio que Volantines presenta en esta oportunidad a los lectores de poesía, cuenta con una prolija presentación y acuciosidad indagatoria, que tuvo en materia de difusión y edición, el apoyo de la UCN y el gobierno regional de Coquimbo; sin embargo todos los interiorizados en esta materia, bien sabemos, que el riesgo intrínseco de todo antología, se deposita sobre los hombros del gestor del catastro cuyo criterio es gravado por el peso de las opiniones críticas tanto de los especialistas como de los receptores menos enterados y desde luego con un mayor recelo por la mirada juiciosa de aquellos autores no presentes y eludidos en el arqueo final, el cuestionamiento principal, se ciñe sobre la metodología y criterio usado por el encargado de la selección al momento de determinar de forma profunda; sin subjetivismos evidentes o la consideración de elementos extraliterarios, ajenos a cualquier trayectoria poética; quienes deben integrar un anal de este tipo, tan importante sobre todo para una región como muchas otras provincias del país, castigada por el centralismo editorial y el silencio de la crítica profesional. El trabajo por ende, resulta dantesco y tiene muchas aristas para su evaluación además de las históricas y estéticas, en la medida que abarca muchos años y generaciones que han dado vida a la evolución y devenir creativo de la cuarta región, lapso importante no exento de largos periodos de interrupción y mutismo, debido a la ocurrencia de eventos socio-políticos que han marcado duramente a nuestra nación, algunas de estas situaciones Volantines las ilustra con claridad en el prólogo de modo que se hace alusión a hitos que lograron en su momento, dar realce y premura a la promoción de voces emanadas de la zona, lo que hasta el día de hoy y los venideros determinará a Coquimbo como un ineludible foco de progreso cultural y literario; Después de la prodigiosa “Generación Naturalista” (Goic), nacida en el seno del valle, el panorama literario se descompone y empobrece; la creación propiamente literaria se aleja así una paloma y no vuelve. Tal vez, los oprobios contra Gabriela Mistral se convierten en sombra que no deja que el árbol de la literatura regional florezca. Ni los tremendos esfuerzos de Alfonso Calderón en los años ’50 fueron suficientes para recuperar el valor nacional de esta literatura. Se formaron ateneos y círculos literarios pero estos casi fueron lugares de diletancia social y cacareos folcloristas. En contraste, se enumeran otros momentos de evidente apagón y estatus que de todas formas no serán del todo improductivos, si consideramos que desde su mudez se precipitarán estallidos y eclosiones necesarios para el arte, que siempre logra procurar fisuras en los presupuestos oficiales del lenguaje y los llamados grandes discursos. Para hacer un cambio más profundo y frente a un panorama penoso, surge —la propuesta más significativa y significante de la literatura regional— un colectivo de 11 artistas autollamados “Los Desencantados”(Coquimbo, 1962), que encabezan Jorge Zambra(presidente) y Jorge Gajardo. Dice, Luisa Kneer, en su texto referente a la literatura de la región, que esta agrupación nació “como expresión de protesta por la inactividad cultural…” El libro por extensión, nos permite en su globalidad visualizar el panorama íntegro del norte, pues genera interesantes vasos de comunicación con otros provincias nacionales de esta porción del país lo cual a su vez, da a entender procesos colindantes valorando movimientos y publicaciones. Bibliográficamente “El burro del diablo” nos remite a estudios previos de otros especialistas abocados a la reconstrucción de la memoria literaria del norte, nombres como Sabella y Bahamonde saltan a la palestra al igual que otros empeños de Volantines en esta materia de rescate del norte en su completitud. Se mencionan junto a estos, revistas y antologías previas que en décadas determinadas los cincuenta, setenta y ochenta contribuyeron a la gesta y cultivo de gran cantidad de voces, algunos casos que resultan emblemáticos, son Trilce, Orfeo, Tebaida lo cual como fenómeno da vida a la cadena intertextual imbuyendo al lector en un interesante mapa o geografía artística en torno a la palabra hecha creación. Volantines dice al respecto, Fueron muchas las escaramuzas de “Los Desencantados” contra la vieja estructura reaccionaria de La Serena; publican el periódico llamado “Alsino”;23 que pegan en las paredes de la ciudad de Coquimbo; recuperan la conectividad nacional con los “Trilce”, “Arúspice”, “Tebaida” y la vanguardia chilena y, fundamentalmente, dejan dudas instaladas respecto de la tradición perdida y de la necesidad de cambio en la literatura de la región de Coquimbo. En síntesis, una valoración justa y contextualizada del proyecto elaborado por Volantines además de atender a las presencias debe considerar lo implícito, el rol de las ausencias, tal como señala Foucault al referirse a la obra Las Meninas de Velázquez; el encuadre y lo que no aparece, lo que se elude u oculta en una obra también comunica, por ello no sólo en lo explícito y perceptible a primera mano, se encuentra lo importante y que debe colmar la atención del lector, pues a través de un trabajo de esta envergadura se informa no sólo con respecto a 45 autores de Coquimbo sino en torno a la producción poética general de esta zona y en lo posible de muchas zonas que son un espejo de esta realidad, las del extremo norte fronterizo y las del sur austral, pues como bien dice Volantines, habrán otros burros del diablo, otras antologías y antologadores, lo importante es continuar la búsqueda e indagación, las antologías bajo esta prisma no son producciones cerradas que dialogan solo en función de la selección taxativa y criterio favorable del antologador hacia los proyectos escriturales que abraza para constituir el cuerpo de la obra, es importante saber que factores lo llevan a no incluir ciertos nombres, detrás de esto, no sólo hay una decisión émica, personal y estética; en un trabajo de esta magnitud resulta inevitable eludir campos eminentemente externos al posicionamiento del catastrador y el orbe literario, factores generacionales, desconocimiento, difusión y recepción critica, silencio promovido por los mismos poetas o el sistema de su época son sólo algunas de las variables, de manera que el panorama se debe leer considerando múltiples desviaciones y conjunciones, y es nuestra tarea continuar la escritura y re-escritura de la memoria, del decurso poético de Coquimbo y así mismo del país. La riqueza del burro del diablo esta en lanzar esta interrogante al ruedo. Hago eco de las palabras de Volantines Además, consigno que han quedado media docena de poetas fuera de la antología por diversas circunstancias epocales, pero ya vendrán otras antologías y otros antologadores. Incluso, ahora que termino el prólogo, se me aparecen un par de nombres, pero tal vez sea buenísimo, ya que no deseo que este Arqueo sea, —Ave María Purísima—, el “burro del diablo”, sino un registro para que los avivados del espíritu de la región nos encontremos; digamos a ese Chile centralista, adueñado del proyecto de la nación que también Coquimbo existe. Y si nos proponemos —a la vista del bicentenario— ser verdaderamente una sola nación es porque nos-otros somos respetados en un arte distintivo, desde la provincia y como parte de un pueblo di-verso y multicultural. El burro del diablo se constituye como un producto necesario para la poética del norte pues se trata de un aliciente para estudios postreros que encontrarán apoyo y registro al consultar obra de tan amplio aliento... como seguir y recrear los pasos dados en el desierto mas árido durante cien años y más.

Autor: Daniel Rojas Pachas. Publicado en: Cinosargo

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Cinosargo es un proyecto multimedia transfronterizo que abarca la difusión digital del arte a través de su revista, y la producción y distribución del libro impreso gracias a la editorial y la organización de Ferias, Festivales y Congresos




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